MACEDONIO Y LOS TRADUCTORES DE FEDERMAN

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UniF
La Biblioteca Fabularia
TEATRO DE CUENTOS / ACTO XXXVI
Crónicas por la ciudad de la Rosa y del Río


La foto del viejo Federman lleva a su blog

Escena 16
MACEDONIO HERNÁNDEZ

Y LOS TRADUCTORES DE FEDERMAN



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MACEDONIO Y LOS TRADUCTORES DE FEDERMAN
Un episodio de destinos


Hay quienes dicen que existimos en el mundo
para traducir y protagonizar ciertos hechos
necesarios al devenir del universo.




EDICIÓN CYRANO
[DOMINGO 18 DE OCTUBRE DE 2009]


¿Qué leves ánimas pueblan la noche del domingo?
¿Qué amores redimidos buscan refugio en las plazas desiertas?
¿Quiénes, en los abismos de una calle, fabulan lo que no ha sido?
¿Dónde se reúnen los sueños huérfanos de soñadores?

Cuando algunos domingos precipitan hacia el centro de la noche,
Macedonio Hernández mueve el alma de sus pasos
y regresa para contarnos…


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PALABRAS CRUZADAS


Mariqué despierta. El reloj acababa de dar las seis en su prolijo departamento de Lanús. La luz que se metía por las rendijas de la persiana revelaba un cuarto pulcro y ordenado. Cada cosa estaba en su lugar, y no había ni pizca de polvo sobre su colección de patitos de cerámica ni sobre las muñecas de María Antonieta que sonreían con ojos acristalados desde arriba del placard. Este no era un día común, por lo que Mariqué había puesto especial esmero a la hora de elegir su ropa. Sobre la silla yacían acomodadas una blusa blanca con cuello bordado, una pollera estampada con crisantemos (era su flor preferida) y su collar de perlas, regalo de Roberto, un viejo amor que nunca se materializó. Ese collar era el accesorio ideal: podía llevarse tanto a la noche como a la hora del té, y a Mariqué le encantaba como el blanco de las perlas iluminaba su cara. Tomó un desayuno ligero (no es bueno atiborrarse de comida a la mañana) y, nerviosa, caminó las dos cuadras que la separaban de la parada del 226.


Una vez en el colectivo, su mente se retrotrajo a sus días mozos, cuando iba a la escuela de belleza Gladis Montero de Ferreyra. ¡Casi podía oler el spray y tocar los ruleros! Mariqué era experta en peinados y manicura. Podía hacer una permanente con los ojos cerrados (o, al menos, eso creía). Se tomaba muy en serio su trabajo: fruncía un poco el labio de arriba cuando estaba muy concentrada poniendo pincitas, y el ojo derecho se le cerraba un poco. Pero, ¡ah!, qué satisfacción el ver rulos bien armados, uñas con lunita blanca perfectamente prolijas, tocas bien tirantes. Mirtha iba a quedar muy contenta con ella. ¡Mirtha! ¡Chiquita! Su epítome de mujer, su diosa. Día a día almorzaba con ella, la escuchaba, emulaba su forma de hablar y vestir. Conocerla hoy, a sus 60 años, era tocar el cielo con las manos. Pensó en la pobre peluquera de Mirtha, arrollada por un taxi mientras cruzaba Avenida Cabildo. No se alegró (no es bueno alegrarse de las desgracias ajenas, o a uno le salen arruguitas al costado del ojo) pero agradeció por su oportunidad de conocer a La Diva. Realmente su programa trae suerte.

Llegó al canal apurada. Necesitaba tranquilizarse, las aureolas de transpiración no quedan bien en una blusa blanca. Después de identificarse ante el guardia de seguridad (¡que alegría poder decir que venía a peinar a su ídola!) se secó la transpiración de la frente con un Kleenex que nunca faltaba en su cartera, y entró al camarín.


Mirtha no estaba de buen humor ese día. No había dormido bien, Elvira estaba enferma y Elba se había olvidado de darle su Trapax de la mañana. Mariqúe puso todo su esmero en dejarle el pelo impecable. Pero Mirtha estaba muy quisquillosa. Ese día de enero era muy húmedo y pegajoso, y por más que Mariqué lo intentaba, el bombeé se bajaba todo el tiempo. Mirtha terminó por cansarse y echarla de su camarín en medio de un sinfín de insultos. Mariqué perdió la razón. Se volvió una autómata. Su pobre corazón cansado no podía aguantar tanto dolor. Tomó el cepillo de brushing y, casi como en un sueño, volvió a entrar al camarín. La diva se peinaba nerviosa. Mariqué la miró desencajada. Poco tiempo después, del cepillo goteaba sangre y colgaban pelos rubios un tanto resecos. La peluquera miró a su alrededor y se sorprendió de lo que ella misma había causado. Cayó en un sopor confuso, casi febril. Soñó con Roberto y el collar de perlas. Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.


Laura Fechenbach




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