INVENCIONES VARIAS

Teatro de Cuentos / Acto XXXV:

¿Qué islas llevar a un libro desierto?

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Escena 5: "INVENCIONES VARIAS"

de Rodolfo Modern

Buenos Aires: Emecé, 2004



…no, Rodolfo. No son flamencos…




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Dicen que ciertos libros, acechados por el olvido,

resisten su naufragio invocando a un lector.

Dicen también que ciertos lectores, porfiando en sus oficios,

inventan el rescate de estos libros.

Cuando algunos domingos precipitan hacia el centro de la noche,

Macedonio Hernández cierra el libro que acaba de leer

y regresa para contarlo.

[EDICIÓN CYRANO, 01 JUN 2008]



























































EXODOS MASIVOS

Teatro de Cuentos / Acto XXXV:

¿Qué islas llevar a un libro desierto?

Escena 4: "ÉXODOS MASIVOS

ALREDEDOR DE UNO MISMO"

Ningunaparte: Grupo Editor de Sueños, 2008




Considere usted que, por artilugio de ficciones,

esta noche estoy a vuestro lado.



Estigmado señor Serenelli, estigmado señor Leto, estigmados todos: se saluda

De todos los libros compilados en La Biblioteca Fabularia, los que más abundan son los libros aún no escritos y acaso la evidencia de atesorar libros no escritos cifre razón de existencia para todos los fabuleros que en ella habitan.

Esta noche, en honor a la noche, me atrevo a la imprudencia de hablar acerca de uno de estos libros aún no escritos que lleva por título: “Éxodos masivos alrededor de uno mismo”. Y amparada en la ignorancia, apelará mi lectura a un dado capítulo: aquél que trata los nudos entre lealtades y sentidos perdidos.

Nadie ha escrito un epígrafe en tal capítulo pero el mismo señala que “los cinco sentidos son más de veinte”.

Tampoco nadie ha escrito que, por lealtad a los sueños, cuando duerman los relojes del Camino de las Ánimas perderán el sentido de giro sus agujas.

Nadie ha escrito en este libro que, por lealtad a su instinto, el perro rastreador del manicomio perderá el olfato para aliarse a los locos que se evaden en las noches de luna llena.

Y otras pérdidas no escrituradas en este libro enumero: Por lealtad a la naturaleza Eva ha perdido el gusto por las manzanas. Se volverá antropófaga y será expulsada del paraíso.

Por lealtad al miedo, la bicicleta que cruza por el cable de acero en el Circo de Melincué se oculta, desde hace días, en la jaula de los leones. "Ha perdido el sentido de equilibrio", comentará un trujamán de gran chistera, "ve llegar a los trapecistas y aúlla, le tiembla el manubrio, un sudor frío corre por sus ruedas". "Mejor será sacrificarla, así deja de sufrir", señalará el lanzador de cuchillos. "O dársela al panadero del pueblo para que haga los repartos" apelará, piadosa como siempre, la mujer barbuda.

Nadie ha escrito en este libro que por lealtad a los efectos, cuando los cazadores de mariposas de Pekín pierdan la vista aumentará el número de tornados y tifones en el mundo.

En este libro aún no escrito no hay letra que diga que por lealtad a las causas, cuando las viudas del dictador terminen de enterrar a su difunto perderán el sentido pésame entre los pastizales del cementerio.

Tampoco hay escritura que cuente que por lealtad al desconsuelo, los ángeles y las prostitutas de Obnúbila han perdido su sexo sentido.

Ni que por lealtad al silencio, los mimos perderán el tacto cuando intenten seducir a una mujer por teléfono.

Por lealtad a la palabra, algunos seres sublunares que han perdido el sentido del tiempo, consumieron diez años para vivir diez años.

Por lealtad a estos diez años, estos seres sublunares de nariz agreste, son capaces de perder el sentido del humor para que alguien encuentre una sonrisa.

He dicho alguna vez, tal vez a nadie, que un libro puede ser la excusa para la existencia de un lector. Imaginen por un instante las porfías que alberga un libro aún no escrito. Un libro no escrito puede ser la excusa para fundar un lugar donde los lectores puedan ensayar la escrituración de sus almas; un lugar donde, por lealtad a las fabulaciones, pierdan sentido el sinsentido y el sentido.

Ahora, aterrado en tanto éxodo masivo alrededor de nosotros mismos voy a dejar en los pasos de la noche este libro aún no escrito. Sé que mi anhelo es imprudente: quiero que en este mundo de naufragios pueda alguien contarme ¿qué islas llevaría a un libro desierto?, qué islas llevarían a un libro desierto.

Porque todo puede pasar si, al pasar, alguien mira. Y he visto esas islas reflejadas en el cielo. Ya lo he visto. Consideren este universo y consideren esta noche. Consideren, pues un fabulador de libros (aquí presente) me recordó que considerar es estar con las estrellas.

Ahora me despido, un saludo, una reverencia.

Me llamo Hernández, digo, Macedonio Hernández.

Y esto es un decir.

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Dicen que ciertos libros, acechados por el olvido,

resisten su naufragio invocando a un lector.

Dicen también que ciertos lectores, porfiando en sus oficios,

inventan el rescate de estos libros.

Cuando algunos domingos precipitan hacia el centro de la noche,

Macedonio Hernández cierra el libro que acaba de leer

y regresa para contarlo.

[EDICIÓN CYRANO, 25 MAY 2008]



























































EL ENTENADO

Teatro de Cuentos / Acto XXXV:

¿Qué islas llevar a un libro desierto?

Escena 3: "EL ENTENADO"

de Juan José Saer

Buenos Aires: Seix Barral, 2007




Dice Borges que dice Platón que una fábula egipcia dice que la escritura hace que la gente descuide el ejercicio de la memoria y dependa de símbolos.






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Dicen que ciertos libros, acechados por el olvido,

resisten su naufragio invocando a un lector.

Dicen también que ciertos lectores, porfiando en sus oficios,

inventan el rescate de estos libros.

Cuando algunos domingos precipitan hacia el centro de la noche,

Macedonio Hernández cierra el libro que acaba de leer

y regresa para contarlo.

[EDICIÓN CYRANO, 11 MAY 2008]



























































HISTORIAS SOBRE TODO INVEROSÍMILES

Teatro de Cuentos / Acto XXXV:

¿Qué islas llevar a un libro desierto?

Escena 2:

"HISTORIAS SOBRE TODO INVEROSÍMILES"

de Alasdair Gray

Barcelona: Minotauro, 1995




“Percibimos que estaremos por siempre en esta oscuridad si no hacemos algo. Cuanto más padecemos nuestro ser oscuro menos podemos resistirlo. En una eternidad así se pasa del aburrimiento a la inquietud y luego al horror pánico. Estamos en el infierno. De modo que el grito ‘Hágase la luz’ no es una orden sino una plegaria desesperada a nuestros propios poderes desconocidos… ”

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“Sedas y botones dispersos, una cometa rota en el barro, los zuecos amarillos de un niño quebrados por cascos de caballos.

Hace una semana susurraba el polvo en el mercado vacío. ‘Morid de hambre’, decía el polvo arremolinado. ‘Rogad. Rebelaos. Morid de hambre. Rogad. Rebelaos’. El emperador nos albergará, bajo tierra.

Es triste ser innecesario. Todas las madres alegres, padres fuertes, tías pícaras, hermanas y hermanos perdidos, todos los rústicos criados son honorables huéspedes del emperador, bajo tierra.”

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Dicen que ciertos libros, acechados por el olvido,

resisten su naufragio invocando a un lector.

Dicen también que ciertos lectores, porfiando en sus oficios,

inventan el rescate de estos libros.

Cuando algunos domingos precipitan hacia el centro de la noche,

Macedonio Hernández cierra el libro que acaba de leer

y regresa para contarlo.

[EDICIÓN CYRANO, 27 ABR 2008]
































































CIRENAICA

Teatro de Cuentos / Acto XXXV:

¿Qué islas llevar a un libro desierto?

Escena 1: "CIRENAICA"

de Ermanno Cavazzoni

Buenos Aires: Emecé, 2001




Los lectores de pobre bolsillo merodeamos librerías apelando a un acto de azar que suele darse en las mesas de oferta y olvido. Cuando este mínimo hecho acontece, un libro asume la forma del prodigio.

Y si la lectura de este libro nos instala en las llanuras del placer perseguiremos el horizonte de otro lector con quien celebrar el acierto.

Esta noche, un tren me regresa en los libros. Un tren que parece detenido, en este instante, en algún lugar de Ningunaparte, entre la Estación Central de Milán y la ciudad de la Rosa y del Río. Desde esta quieta extensión de la noche quiero hablar acerca de un escritor y un libro que, en mi precaria ilusión, merecen la afectuosa compañía de lectura. El escritor es Ermanno Cavazzoni. Con él inicié, esta mañana, el viaje desde su Italia natal. El libro en cuestión se adjudica a su pluma y está en mis manos. Su título: Cirenaica.

Digo que un libro puede ser la excusa para la existencia de un lector. Y estoy buscando, esta noche, un lector a quien ceder su relato.

Mas este libro, me dice Cavazzonni, “no es un libro para quinceañeros llenos de bellas esperanzas ni para señores maduros, pensantes y equilibrados. Este es un libro para todos aquellos que son unos fracasados y lo sospechan, independientemente de la edad y el censo, e intuyen que si tuviesen que vivir otra vez, volverían a fracasar”.

Este libro, me cuenta Cavazzonni, nos lleva en trenes inmóviles a una ciudad del bajo mundo, un lugar “donde podemos vivir siempre en la falsedad”, un lugar donde “estamos abandonados a nosotros mismos”.

En esta ciudad del bajo mundo hay un cine, que es también una estafa. Cambian los carteles de afuera, dejan en suspenso el título, pero es siempre la misma película, titulada Cirenaica. La película es una estafa porque resulta incomprensible; son pedacitos pegados entre sí y rayados por el uso. Hay un individuo que aparece continuamente vestido con un traje de franela ligera, en una secuencia toma un puñado de arena y lo hace caer lentamente, como la arena de un reloj, después aparece un título enorme, Cirenaica, y una música atraviesa toda la sala durante un buen rato. Esa es la emoción mayor de la película, el resto no se entiende.

Y ese resto que no se entiende, me atrevo a decir, no es otra cosa que el universo todo.

Somos ciegos necesarios, le digo a Cavazzonni, infinito es lo que no nunca llegaremos a ver, infinito es lo que nunca alcanzaremos a entender.

Silencio: Cavazzonni se abraza a las sombras y desaparece. Silencio: El tren reanuda su marcha. Regreso a la Ciudad de la Rosa y del Río. Voy, esta noche, a dejar un libro en sus dominios. Silencio.

Digo que un lector puede ser la excusa para la existencia de otro lector.

Aquél que insista en sus oficios será bienvenido a este libro.

Ahora me despido, un saludo, una reverencia.

Me llamo Hernández, digo, Macedonio Hernández. Y esto es un decir.

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Dicen que ciertos libros, acechados por el olvido,

resisten su naufragio invocando a un lector.

Dicen también que ciertos lectores, porfiando en sus oficios,

inventan el rescate de estos libros.

Cuando algunos domingos precipitan hacia el centro de la noche,

Macedonio Hernández cierra el libro que acaba de leer

y regresa para contarlo.

[EDICIÓN CYRANO, 13 ABR 2008]